ValeriaAndradeProaño/Sujeta a Cambios
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La inacabable creación constante: cotidianidad
Creo firmemente que estar aquí, juntas, en estos momentos es por sobretodo, una prerrogativa política. En estas sociedades, como vemos, que constantemente cierran las estructuras y las posibilidades de existir en una dinámica alternativa al sistema de mercado y a la acumulación del capital, es muy difícil exponer nuestras escrituras de la realidad con una perspectiva femenina. Peor aún, feminista, no solo porque el término provoca tantas dudas y sospechas, no solo porque alrededor del mismo se construyen cegueras, confusiones, sentidos comunes; sino porque la presencia, la existencia, el trabajo, la creación, la producción femeninas han sido históricamente, por siglos, despojadas de todo valor.
La teoría feminista, desde hace décadas ya, muestra que la opresión va mucho más allá de las relaciones y luchas de clase y de la mercantilización del trabajo. Plantea el desarrollo y acumulación del capitalismo no fue un desarrollo natural, sino violento y contrarrevolucionario; que precisó, y aún precisa, de una imposición incesante de formas de domesticar, organizar, dividir, el trabajo y la vida. Ser esclavos libres del capital implicó una enorme destrucción: destrucción de recursos, destrucción de lazos, destrucción de saberes y destrucción de formas de resistencia; en definitiva, destrucción de lo común. Históricamente, las formas previas de reproducción humana y natural fueron eliminadas; mientras otras, basadas en la privatización de las mujeres, de sus cuerpos y de su trabajo, fueron habilitadas en su lugar.
Esta privatización del trabajo dio lugar a las tecnologías disciplinarias de género impulsadas por la modernidad capitalista; que separan la producción de la reproducción, lo público de lo privado, lo asalariado de lo no asalariado. Es decir, separa los ámbitos masculinos, productivos, públicos, asalariados; de los femeninos, reproductivos, privados y despojando de valor monetario al trabajo de la mujer. La división sexual del trabajo no solo fue y sigue siendo un poderoso instrumento de acumulación; sino que se ha convertido en un nefasto sistema de control. Este instrumento de disciplinamiento y sistema represión, que hasta hoy perduran, históricamente nos han expropiado del control de nuestro propio cuerpo, han despojado el valor de nuestros saberes, han menospreciado formas de subjetividad femeninas. No es exageración decir que el trabajo de las mujeres es una producción de no valor y que este despojo se irradia hacia todos los ámbitos de la creación, incluyendo la artística.
La invisibilidad está naturalizada en todo tipo de instituciones, pero ante todo en la mirada. En la mirada subjetiva que desde sus regímenes de percepción, simplemente no puede ver; menos aún dar valor al trabajo a la creación femeninas o feminizadas. Porque todo ese trabajo y producción, es reproducción de no valor, a pesar de que sostiene la vida misma.
Así, el ajuste de la reproducción de la vida humana y natural al proceso de acumulación, sigue siendo una cuestión crucial que afecta de manera específica a las mujeres; donde la violencia es una ofensiva contra cualquier gesto de autonomía, contra el goce y deseo, sensual y corporal por fuera de la procreación. La violencia como castigo ante nuestra indisciplina que intenta subvertir los valores de mercado a los cuales se intenta subyugar la vida.
Por ello, seguir resistiendo ante siglos de despojo del valor de nuestro trabajo, es proponer la construcción de imaginarios y representaciones de las diversas identidades femeninas que ponen en relevancia nuestros saberes y conocimientos, nuestro poder de creación y nuestra capacidad transformar la realidad. Porque nuestro trabajo no solo reproduce, sino que es la incesante creación de cotidianidad, es la constante recreación de la vida; y todo esto, más allá de la moral instrumental de sacrificio atribuida a las mujeres.
Estar aquí, sosteniendo este espacio, es reconocer que somos totalmente dependientes del cuidado de los demás: cuidar es mantener la vida, es encargarse de la protección, del bienestar de alguien. Estar aquí, es una prerrogativa política de solidaridad, es una comunión que surge como un principio de sobrevivencia, pero también de reconocimiento de la responsabilidad hacia los otros.
Estar aquí es dar cuerpo al deseo político de reconocer-nos, de estar, de estar juntas en el mundo, de cuidarnos y abrazarnos. No solo cuidamos, sino protegemos la vida y la dignidad del otro. Porque nuestro trabajo es la creación y contención de una cotidianidad para que el otro pueda ser; cotidianidad que en apariencia es contundente en su repetición, pero que guarda la fragilidad de su siempre posible desaparición.
Ponza
Esta es una danza ponencia que se presentó en el marco del Primer Festival Internacional de Performance, de la Facultad de Artes de la Universidad Central, organizado por Geoconda Jácome Villacrés.
Referencias
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Vega, Cristina; Martínez-Buján, Raquel y Paredes, Myriam. Editoras. (2018). Cuidado, comunidad y común. Experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida. Editorial Traficantes de Sueños:Madrid. Recuperado de https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS-UTIL_cuidados_reducida_web.pdf